Durante el mes de mayo, en nuestras redes sociales y en nuestra web hemos hablado mucho de transición ecológica (o ecosocial). Este mes queremos hablar de uno de los principales obstáculos para que realmente avancemos hacia un mundo más sostenible: las falsas soluciones que, comenzando por el greenwashing, disfrazan de sostenibilidad lo que no lo es.
1. ¿De qué hablamos cuando hablamos de transición ecológica?
Se habla a menudo de transición ecológica para referirnos a los procesos que se hacen necesarios, en el contexto actual, para reconducir la actividad humana dentro de unos límites compatibles con el sostenimiento de la vida. Nosotras preferimos hablar de “transición ecosocial” o de “transición socioecológica”, para poner en primer plano la dimensión social y política de esta transición.
En el marco de una economía capitalista, en la que sus actores protagonistas –las empresas, especialmente las grandes corporaciones multinacionales- no tienen más finalidad que la maximización del lucro, la tentación permanente es “cambiar algo para que nada cambie”. Le decimos greenwashing cuando identificamos estrategias de publicidad y marketing encaminadas a hacerle un “lavado verde” a las marcas –aun cuando se encuentren entre las más contaminantes, como pueda ser el caso de Iberdrola o Repsol-. Pero es algo más que una estrategia de marketing: representa los esfuerzos de los poderosos para que, finalmente, en el sentido común, cuando hablemos de “sostenibilidad” estemos hablando en realidad de sostener el capitalismo.
Lee aquí la reflexión completa que ha hecho al respecto nuestra compañera Nazaret Castro.
2. ¿Qué ha pasado con la palabra “sostenibilidad”?
Hubo un tiempo en que el activismo ecologista tuvo que esforzarse por hacerle entender a empresarios y gobernantes que había que caminar hacia la sostenibilidad. Ahora, que sobran las evidencias, la sostenibilidad está en la agenda. Pero, ¿hemos ganado la batalla cultural y discursiva? La palabra ‘sostenibilidad’ se ha convertido en un significante tan trillado y vaciado de sentido, que ha pasado a ser un reclamo publicitario más. Como explica aquí Nazaret Castro, no existen soluciones fáciles a los problemas sistémicos que enfrentamos. Que, así como no adelantamos nada si cambiamos el monocultivo de palma por cualquier otro y dejamos intacto el modelo del agronegocio, tampoco resolveremos la crisis energética si cambiamos los automóviles convencionales por coches eléctricos con baterías de litio.
Pero, y entonces, ¿qué es necesario para que la transición ecosocial sea algo más que una etiqueta? Desde los movimientos ecologistas abundan las ideas y los aportes constructivos. Laura Villadiego reseña aquí un aporte interesante: el del activista Arnau Montserrat en el libro Nos sobran las ideas, Propuestario para una transición ecosocial, editado por la firma cooperativa Pol·len Edicions y que incluye ilustraciones de Miguel Brieva. «Estamos en un momento de disputar el contenido de la transición», asegura Montserrat. «Nos hemos pasado muchos años luchando para que hubiera la conciencia en las instancias de gobierno y en la sociedad de que se necesitaba una transición y yo creo que ahora ya hemos cambiado de fase. Ahora más bien se trata de [determinar] cuáles son sus contenidos», continúa.
3. Por qué hay que apoyar la IPL para proteger el Mar Menor
En octubre 2019, las redes sociales se llenaron de vídeos e imágenes de peces y crustáceos agonizando en las orillas del Mar Menor. Miles de ellos murieron por la falta de oxígeno en esta albufera de agua salada que acoge uno de los ecosistemas con mayor valor ecológico en España. No era el primer aviso que el Mar Menor daba de su grave deterioro ecológico. Sólo unos años antes, en 2016, el Mar Menor se tiñó de verde por la llamada eutrofización, un crecimiento descontrolado de algas fitoplanctónicas por una presencia excesiva de nutrientes en el agua procedentes de la agricultura. La albufera perdió entonces un 85% de su pradera marina, fundamentalmente por la falta de luz resultante de esta eutrofización, en comparación a los niveles de 2014.
A pesar de que su valor ecológico está reconocido, el Mar Menor parece desprotegido. Pero si una empresa, que es una ficción que el ser humano se ha inventado, puede tener personalidad jurídica y ver sus derechos garantizados, ¿por qué un ecosistema, que es algo real y tangible, no? Esa es la pregunta que ronda constantemente la cabeza de Teresa Vicente, profesora de Filosofía del Derecho y directora de la Cátedra sobre Derechos Humanos y Derechos Ambientales de la Universidad de Murcia, y quien está impulsando el reconocimiento una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para que se reconozca la personalidad jurídica del Mar Menor. Nuestra compañera Laura Villadiego ha hablado con ella para conocer los detalles sobre esta iniciativa y por qué es importante participar.
4. La historia por detrás de las fresas de Huelva
Detrás de lo que comemos, siempre, hay una historia. En los casi nueve años de andadura de Carro de Combate, nosotras hemos querido desvelar esa parte del relato que se nos oculta. Hemos viajado miles de kilómetros para narrar las historias que nos traen las poblaciones aledañas a las plantaciones de caña de azúcar, de soja, de aceite de palma; la cotidianeidad de quienes fueron despojadas de sus tierras para quedar sin más alternativas que trabajar en las plantaciones a cambio de salarios de miseria; las violencias de todo tipo que enfrentan, incluyendo, a veces, la violencia sexual sistemática contra las mujeres. Sin embargo, todo eso que hemos relatado desde Guatemala, Colombia, Camerún, Tailandia o Indonesia se reproduce, también, a muy pocos kilómetros de nuestras casas. Así sucede en Huelva: Olga Rodríguez lo cuenta muy bien en este reportaje, en el que relata las historias de abusos y explotación tras la industria onubense de la fresa, el arándano y la frambuesa.
Los campos de Huelva cubren 11.630 hectáreas de frutos rojos; en esos campos trabajan más de cien mil personas, y muchas de ellas se hacinan en 44 asentamientos donde las jornaleras malviven sin luz ni agua, en una situación que ellas califican de insostenible. Se han organizado como Jornaleras de Huelva en Lucha, un colectivo desde el que se reúnen las demandas feministas, ecologistas y antirracistas. Porque el de la fresa es un trabajo feminizado y racializado, y de ahí que la opresión que sufren estas mujeres sea triple: por género, por racialidad y también por nacionalidad. Nuestra compañera Nazaret Castro lo explica en este artículo. Y vendrán más sobre la situación de las trabajadoras temporeras, y de la lucha de las Jornaleras, porque Nazaret ha estado en Huelva para conocer su situación.
Sin embargo, la mejor opción no es el boicot: eso dicen las jornaleras, que recuerdan que, si las consumidoras dejan de comprar fresas, ellas perderán su trabajo y estarán todavía peor. Más interesante que el boicot es pensar en positivo y apostar quienes sí hacen bien las cosas, por la producción agroecológica y los emprendimientos de la economía social.
5. Las mujeres por detrás de la revolución de las flores ecológicas y de proximidad
Se cree que las civilizaciones antiguas en China, Egipto y Roma ya tenían la costumbre de regalar flores. En la mitología griega, las flores representaban diosas y también se obsequiaban. La costumbre ha perdurado a lo largo de la historia y, hoy en día, regalar flores sigue siendo casi un imperativo en días como Sant Jordi, San Valentín o el día de la Madre. Y aunque las flores quieren representar amor y cariño hacia las personas a las que se les ofrecen, la historia que tienen detrás rara vez es un reflejo de eso. Ya lo hemos contado en varias ocasiones; las flores son un producto con una profunda huella detrás, que suelen viajar miles de kilómetros desde los climas tropicales en los que se cultivan, y que dejan un reguero de abusos laborales y medioambientales detrás, especialmente en países como Colombia.
«La mayoría de las flores que se venden en floristerías son de Colombia, de África o de Holanda», asegura Nerea Abengoza, una productora de flores ecológicas de Pontevedra. Las que se producen en España, a menudo han sido cultivadas con una gran cantidad de químicos. «La mayoría no son nacionales, pero aunque lo sean, siguen siendo muy contaminantes». Laura Villadiego ha hablado con Nerea, Marian y Natalia, tres mujeres que pretenden que las flores vuelvan a ser, desde sus condiciones de producción, portadoras de un mensaje de cuidado y cariño. Como dice Nerea: “No podemos dañar la naturaleza para poner algo bonito en casa”.
6. Desplazados por el clima
Lamentablemente, de esto se hablará cada vez más. Lo que sigue lo hemos leído en la muy recomendable newsletter semanal de Planeta Maunaloa:
A lo largo del 2020, unas 40,5 millones de personas se vieronobligados a desplazarse a otras zonas de su mismo país debido a conflictos y desastres naturales. Se trata de la cifra más alta de la última década, de acuerdo con el informe GRID: Internal displacement in a changing climate. Los desastres naturales están detrás de la gran mayoría de estas migraciones. En total, 30,7 millones de personas abandonaron sus hogares por causas geofísicas o fenómenos meteorológicos extremos: tormentas e inundaciones, pero también incendios, sequías y temperaturas extremas. El Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IDMC), responsable del estudio, señala que el aumento de la temperatura global está incrementando la intensidad y la frecuencia de los fenómenos extremos. Asia y América Latina son las regiones más afectadas, pero Europa no se queda fuera del informe. Otro informe reciente apunta que, en España, los episodios de calor extremo aumentarán en frecuencia, intensidad y duración durante las próximas décadas, hasta duplicarse en 2050.
7. Sólo el pueblo salva al pueblo
La plataforma Goteo.org siempre nos trae proyectos interesantes que podemos ayudar a sacar adelante. En esta ocasión, queremos destacar dos. El primero es el proyecto Solo el pueblo salva al pueblo, de Light Humanity, para llevar luz a las 700 familias que todavía carecen de este servicio básico en la Cañada Real, en Madrid.
En segundo lugar, Pan y Rosas: una campaña de producción textil social, transformadora y cooperativa que han puesto en marcha los proyectos Misscomadres y Ubeefe para producir ropa de forma más justa y local. ¿Que por qué lo han llamado “Pan y Rosas”? Ellas lo explican así: “Porque Pan y Rosas es el lema históricamente utilizado durante huelgas y revueltas lideradas por mujeres en la industria textil. También, porque nosotras queremos el PAN, trabajo y derechos laborales, y también LAS ROSAS, una vida digna que merezca la pena ser vivida”.